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Panorama: Fernández, Larreta y el dólar

Baja la imagen del Presidente, sube la del intendente de Buenos Aires...

...mientras sigue la crisis monetaria que revela la desconfianza en la política económica del Gobierno.

La luna de miel del Presidente con los argentinos duró apenas más que un trimestre. El Alberto Fernández respaldado por una masiva mayoría de la opinión pública se fue diluyendo al ritmo del avance de la pandemia, de una sucesión de errores del Gobierno y de una creciente ambivalencia del propio jefe de Estado, cuya popularidad fue decayendo mes a mes a partir de mayo. En un escenario cada vez más confuso, en el cual el Presidente no supo generar expectativas coherentes, se profundizó la crisis que venía atravesando el país. La evolución del dólar paralelo, cuestión que domina la agenda a la hora de escribir estas líneas, se puede explicar sin mayores dificultades desde un punto de vista técnico/económico. Es el síntoma perfecto de la agudización de problemas estructurales no resueltos desde hace décadas. Pero es también, como siempre en la Argentina, un síntoma que revela la falta de confianza de muchos, aquí y en el exterior, en la capacidad del Gobierno (y la clase política en general) para enfrentar los desafíos del momento y trazar perspectivas.

En el espejo retrovisor

Repasemos lo ocurrido. Hasta el fin del segundo trimestre, Alberto Fernández pareció convincente en su afán de privilegiar la salud de los argentinos. Pero si la prolongada cuarentena permitió reforzar el sistema sanitario y evitar que fuera desbordado, como había ocurrido en varios países europeos, el virus, luego de ser frenado en el AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires) y especialmente en Capital, circuló de manera cada vez más descontrolada en varias provincias. Al punto que la Argentina, que en un primer momento estaba estadísticamente bien ubicada en el mundo en función de los resultados de la lucha contra el virus, se fue acercando a las posiciones de países fuertemente afectados. Y llegó a marcar tristes hitos, como cuando en octubre superó a Francia en el número de fallecidos por millón de habitantes, antes de romper la barrera del millón de casos totales. Con esta situación arrecieron las críticas contra la política sanitaria del Gobierno, acusada de ser especialmente ineficaz por haber sido acompañada de una extrema prudencia respecto de la reautorización de actividades económicas y sociales, más lenta que en otras latitudes salvo excepción.

El debate sobre los aciertos y errores respecto de la gestión del Covid, asunto de especialistas, será sin duda dirimido más adelante, cuando el mundo haya superado la pandemia. Sin embargo, cabe señalar que prácticamente no hay países de población y superficie significativas que hayan podido contenerla, ni Gobierno que no haya sido cuestionado –o lo sea en la actualidad– por supuestos errores en su respuesta sanitaria. Muchos han zigzagueado, y el rebrote que acompañó la llegada del otoño boreal en Europa incita a la mayor reserva.

¿Errores no forzados?

En paralelo al agravamiento de la situación sanitaria, el oficialismo comenzó a sumar errores, muchos casi incomprensibles, que aceleraron el desgaste del Presidente. El primero de ellos, altamente significativo, fue el sorprendente e improvisado anuncio de la expropiación de la cerealera Vicentin, entonces en concurso de acreedores, al que el Gobierno terminó por renunciar ante la multiplicación de reacciones adversas y la movilización del sector agropecuario. Pero el intento bastó para dañar la imagen de Alberto Fernández en el país y preocupar en el exterior. Algunos lo consideraron como el principio del fin del “albertismo” que habían pensado ver nacer en marzo. Otros, menos proclives a empatizar con el peronismo, hablaron directamente de “cristinización” del jefe del Estado, en referencia a la supuesta influencia creciente de la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, sobre la acción del Gobierno.

La presentación de un proyecto de ley de reforma de la Justicia, al igual que el enfrentamiento con la Corte Suprema acerca del destino de tres jueces considerados hostiles al kirchnerismo, fueron obviamente interpretados del mismo modo: como una pérdida de autonomía de Fernández y un avance del sector de la coalición de Gobierno que responde directamente a la presidenta del Senado. Sin embargo, el proyecto de reforma se estancó y Cristina Kirchner tomó distancias, lo que incitaría a matizar el análisis de la situación. Pero ocurre que el Presidente no termina de disipar las dudas, mostrándose un día como el moderado que pretende ser y otro como un radicalizado que le habla solo a sus ultras.

Estos errores y esa ambigüedad, en un escenario marcado por el fuego cruzado de parte de su coalición y del sector más duro de la oposición, explican la caída de la popularidad del Presidente, que ha perdido, según la mayoría de las encuestadoras, entre 20 y 25 puntos en los últimos seis meses. Crecen las opiniones negativas, aunque su imagen positiva aún rondaba el 50% a mediados de octubre. Mientras tanto, aumentaba y se consolidaba la popularidad de Horacio Rodríguez Larreta. El jefe de Gobierno porteño, ya bien considerado por su buena gestión de la Ciudad de Buenos Aires, es valorado por su manejo de la crisis del Covid, que permitió frenar la progresión del virus a la vez que la ampliación de actividades permitidas era más rápida que en cualquier otra jurisdicción nacional. Pero más allá de su tradicional electorado en CABA, los sondeos mostraban que la imagen de Larreta mejoraba en zonas del Conurbano bonaerense donde domina el voto peronista, además de comenzar a proyectarse en el interior. Sin duda porque, más allá de la gestión, el intendente de la Capital ha marcado diferencias con el ala “dura” de Juntos por el Cambio, que radicaliza su oposición al Gobierno.

La evolución del dólar paralelo es el síntoma perfecto de la agudización de problemas estructurales no resueltos desde hace décadas.

Los “nuevos” candidatos

Con todo esto, se consolida el perfil presidencial de Rodríguez Larreta, un hombre que nunca ha escondido que su máxima ambición es la Casa Rosada. Además, a diferencia del “albertismo”, el larretismo viene de larga data. De hecho, en otra decisión poco comprensible, Alberto Fernández le dio un empujón a la declarada ambición del jefe de Gobierno cuando, rompiendo el pacto de no agresión y hasta complicidad que los unía en la lucha contra la pandemia, anunció en septiembre un recorte de la coparticipación porteña. Más que la medida en sí (se puede argumentar de ambos lados y algo se había hablado a principios de año), lo que sorprende es la brutalidad de la decisión: le fue anunciada a Rodríguez Larreta un minuto antes de la conferencia de prensa del Presidente y, sobre todo, ¡entró en vigencia al día siguiente! Es decir que no solo la Ciudad de Buenos Aires perdería a futuro recursos estimados en 35.000 millones de pesos, sino que, de la noche a la mañana, se veía privada de cerca de 10.000 millones ya presupuestados para el año en curso. Todo en tiempos de pandemia y con ingresos fiscales inferiores a los previstos debido a la contracción de la actividad económica.

Así, Rodríguez Larreta fue designado adversario principal del oficialismo de cara a las elecciones de 2023 y el tono en la respuesta del interesado demostró que aceptaba el desafío. Quizá se haya buscado desgastarlo al ungirlo presidenciable con mucha antelación. En este 2020 ya muy avanzado es la figura política más popular del país, delante de Alberto Fernández, que aventaja con claridad –a su vez– a Cristina Fernández y a los otros dirigentes del oficialismo y la oposición.

En el capítulo errores no se pueden soslayar aquellos vinculados a la política económica. El Gobierno anunció un plan que nunca fue presentado en su globalidad: cada tanto salen medidas sectoriales que no siempre parecen articuladas entre sí. También se observan contradicciones, especialmente en lo que respecta a la política monetaria, que incitan a pensar que hay mucha improvisación. Vale recordar que se instauró el llamado “súpercepo” a los pocos días de que el ministro Martín Guzmán y el propio Alberto Fernández declararan que no habría nuevas restricciones a la compra de divisas. Así, en pocas semanas se anuló el efecto positivo del exitoso canje de la deuda con los inversores privados, que había permitido una mejora de los bonos y las acciones argentinas, además de una baja del riesgo país. Esos indicadores desmejoraron aún más luego de que las medidas destinadas en principio a frenar el alza del dólar paralelo tuvieran el efecto exactamente contrario.

Con un Banco Central casi sin reservas netas (recordemos que eran de 19.000 millones de dólares en diciembre de 2019, contrariamente a las afirmaciones del Presidente, según las cuales estaban prácticamente en cero), la brecha entre el dólar oficial y el blue a mediados de octubre revelaba un aumento de la desconfianza en la política económica del Gobierno. Con consecuencias que solo podían agravar la situación y aumentar las expectativas de devaluación: no liquidación de exportaciones por parte de las cerealeras, anticipación de pago de importaciones, no referencias de precios para sectores que dependen de insumos externos, etcétera. Tradicionalmente, la falta de divisas es el talón de Aquiles en el origen de las crisis argentinas. Pero lo que ha pasado con el dólar en lo que va del año, y que se traduce en una acelerada pérdida de confianza, revela la falta de un plan económico integral que marque una perspectiva de salida a la crisis.

Por Juan Buchet, Corresponsal de Radio France International (RFI)

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