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Panorama: ¿Cómo está la Argentina?

El Gobierno retomó la iniciativa política. Pero la actividad económica sigue deprimida y la situación social será una de las claves de las elecciones de octubre.

Febrero y marzo fueron dos meses detestables para el Gobierno. Acumuló errores no forzados (Jubilaciones, Correo, Avianca, Precios “Transparentes”, etc.) que lo obligaron a cambiar decisiones sobre la marcha y lo desgastaron. Luego, la calle fue tomada por marchas y piquetes en las que la legítima protesta social fue en muchos casos atizada políticamente. En más de una oportunidad, el reclamo derivó en cuestionamientos directos al presidente. Incluso en la conmemoración del 24 de marzo, Mauricio Macri fue el blanco principal de los manifestantes. La agudización del conflicto con los docentes y una fuerte movilización de los gremios más combativos cerraron un bimestre a todas luces inquietante para un oficialismo desorientado. A tal punto que en algunos círculos, supuestamente informados, se empezó a anunciar una “delaruización” del Gobierno, ante un amenazante peronismo que reuniría sus familias dispersas para llevárselo puesto, elecciones de octubre mediante.

Pero llegó abril, y el clima cambió. El primer día del mes, una imprevisible “Marcha por la Democracia” misteriosamente convocada por las redes sociales y no apoyada oficialmente por el poder reunió a impensadas multitudes en Buenos Aires y las principales ciudades del país. Se habían movilizado amplios sectores de las clases medias, no solo pudientes, en una forma de reafirmación de su voto del 22 de noviembre del 2015, signado por el rechazo del kirchnerismo y la confianza en la alianza formada por Cambiemos. Con la movilización recobró bríos el oficialismo: criticó públicamente el paro nacional organizado por la CGT el 6 de abril, como también lo hicieron muchos de los que habían marchado el sábado anterior. Y, pese a la paralización de las principales actividades económicas que supuso la participación de los sindicatos del transporte, la huelga “general”, la primera de la era Macri, estuvo lejos de tener el impacto esperado por los adversarios declarados del Presidente. Cabe señalar que la misma dirigencia de la CGT, que había llamado al paro sin mucha convicción, presentía este resultado: más que asestar un golpe al Gobierno, quería conformar a sus bases. Desde entonces, el oficialismo ha retomado la iniciativa política, sorprendiendo incluso con un discurso inusualmente combativo.

¿Todo cambió en unos días? Sería peligroso pensarlo. Ni muy muy ni tan tan, como se decía antes. Ni en marzo el Gobierno estaba acosado y tambaleante, ni en abril, victorioso y dominador. La popularidad del Presidente ha caído, pero orilla aún el 40%, lo que es significativo si se tiene en cuenta que no hay un 60% de los argentinos unidos en su contra. Y la oposición sigue dividida y sin liderazgos. Más aún, la reunificación del peronismo no deja de ser una quimera. Paradójicamente, su única figura descollante, Cristina Fernández de Kirchner, es el principal obstáculo a un acercamiento entre las distintas familias que lo componen. Resistida por una amplia mayoría de la opinión, cuenta sin embargo con el apoyo de un núcleo duro considerable, lo que impide, al menos por el momento, la disolución de la corriente kirchnerista y una eventual recomposición del movimiento conducida por dirigentes que encarnen una indispensable renovación. Y echa por tierra, siempre en la coyuntura actual, las ambiciones atribuidas a Sergio Massa en ese sentido, dificultando además el posicionamiento de su partido, el Frente Renovador, en el escenario político.

Por otra parte, la movilización de una parte de la ciudadanía, principalmente, como se ha dicho, de la clase media urbana, a favor del Gobierno, no significa el retorno del estado de gracia para Macri. La luna de miel ha terminado. El Gobierno sigue sin mayoría en el Congreso y en los meses venideros le será más difícil generar los consensos que le permitieron hacer votar la mayoría de las leyes que impulsó el oficialismo el año pasado. Especialmente si endurece su discurso como lo ha venido haciendo después del paro del 6 de abril. Pero quizás esto sea inevitable. Del mismo modo que la oposición había endurecido el suyo semanas antes, es más que nada la señal de que la campaña electoral ha comenzado. Antes de tiempo, sin duda, pero no hay que olvidar que las legislativas de octubre tendrán una suerte de primera vuelta con las primarias de agosto. En principio, estas elecciones son de poco peligro para la alianza Cambiemos, que pone pocas bancas en juego. Gane o pierda, el equilibrio de fuerzas en el Congreso o cambiará fundamentalmente. Pero algunos resultados, especialmente en la provincia de Buenos Aires, donde se libra siempre la madre de todas las batallas, pueden modificar el clima político, a favor del Gobierno o de la oposición peronista, si una de sus expresiones, y el Frente para la Victoria en particular, ocupara el primer lugar en Diputados o Senadores. En desconocimiento de las candidaturas, objeto de múltiples especulaciones desde hace meses, no se puede decir mucho más a la hora de escribir estas líneas. Sí es razonable pensar que el impacto de los resultados y las consecuencias de los mismos dependerán menos de un escenario político que seguirá siendo confuso que de la situación social en el país. El aumento de la precariedad laboral, si no la pérdida de trabajo, así como la baja del poder adquisitivo son realidades que viven muchos argentinos y explican las protestas de los últimos meses, más allá de la utilización política de las mismas por algunos opositores.

El Gobierno afirma que el empleo ha empezado a repuntar en el último trimestre de 2016, que los salarios le ganarán a la inflación este año y que el camino elegido, según él el único posible, es el mejor para que la Argentina retome la senda del crecimiento. Si hay “brotes verdes” que le permiten alimentar ese optimismo, las cifras indican que la actividad económica cae en picada, ahogada por una política monetaria restrictiva, el dólar bajo y los aumentos de tarifas. Si bien el muy exitoso blanqueo alivia temporalmente las finanzas públicas, economistas que no son hostiles al oficialismo alertan sobre los riesgos de la actual política económica que, además de sus consecuencias sociales, impide bajar el déficit fiscal y aumenta el endeudamiento. Independientemente del debate de fondo, la evolución del mercado del trabajo y del consumo en los próximos meses será probablemente una de las claves de los comicios de octubre.

Le faltó también al Gobierno la anunciada “lluvia de inversiones" extranjeras que suscitaría la liberalización de la economía y la apertura al mundo iniciadas en diciembre del 2015. Si bien es comprensible, la prudencia de los inversores internacionales contrasta con el entusiasmo que muestran gobiernos y empresarios cuando se encuentran con Mauricio Macri, como ocurrió en España, Holanda y en Buenos Aires el 6 de abril (día del paro nacional), en la reunión del capítulo latinoamericano del Foro Mundial de Davos. Sin duda también están a la espera de lo que pasará en los próximos meses y del escenario político que surgirá de las elecciones de octubre.

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