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Cultura: "Siento mucha gratitud hacia Francia"

Leopoldo Kulesz es el director de la editorial argentina Libros del Zorzal. En su amplio catálogo de autores argentinos y extranjeros se cuentan varios nombres franceses. Aquí, la historia de un matemático que terminó por transformarse en editor y fue distinguido como Caballero con la Orden de las Artes y de las Letras de Francia.

La historia personal de Leopoldo Kulesz, fundador y director editorial de Libros del Zorzal, siempre estuvo ligada a Francia, donde este argentino vivió durante casi una década y se doctoró en Matemáticas en la Universidad París VII. "Volví de Francia hace ya 20 años, pero sigo en contacto como el primer día. Allá estoy en casa y disfruto muchísimo del idioma francés. Supongo que, por eso mismo, el hecho de que haya numerosos autores galos en mi catálogo es simplemente una consecuencia natural de mi trayectoria", comentó Kulesz, cuya editorial cumple 20 años en 2020.

Entre los 400 títulos de su editorial es posible encontrarse con las historietas de René Goscinny, el padre de criaturas como Asterix e Iznogud, los ensayos de Ivan Jablonka, considerado uno de los autores franceses más celebrados y respetados de la actualidad, o el relato de inspiración autobiográfico La Fanfarlo, del "poeta maldito" del siglo XIX, Charles Baudelaire. Por todo esto, entre otras cosas, en 2015 Kulesz fue distinguido con la Orden de las Artes y de las Letras que otorga el Ministerio de Cultura de Francia.

Este año, la editorial argentina publicó dos libros imprescindibles para la construcción de la memoria histórica: Querido país de mi infancia, de Hélène Gutkowski, la socióloga francesa radicada en la Argentina, que reúne las historias de varios "niños escondidos" como ella por sus familias judías en el seno de otras católicas durante la ocupación nazi de Francia, y las Memorias de la famosa pareja de cazadores de nazis radicados en París, Serge y Beate Klarsfeld (en coedición con la editorial argentina Edhasa). Además, a fines de septiembre Kulesz editó en español Archipiélago de pasiones, el libro de filosofía que escribió Charlotte Casiraghi junto con Robert Maggiori, y fue el anfitrión de su presentación en el prestigioso Hay Festival de Segovia.

¿Cómo nació Libros del Zorzal?

En 1999 volví a la Argentina luego de casi 10 años en Francia. Gané un concurso en la Universidad de General Sarmiento y me sumé al plantel como docente e investigador. Como siempre me apasionaron los griegos, en la materia de Geometría incluí la lectura de los primeros libros de Los Elementos, de Euclides. Al principio a mis alumnos les parecía pintoresco estudiar con un texto del 300 AC., pero de a poco se dejaron llevar por el entusiasmo que generan estos escritos en un lector curioso. Comenté esta experiencia con Manuel Sadosky (N. de la R.: matemático y pionero de la informática en la Argentina), de quien fui amigo muy cercano, y me recomendó leer el libro de Beppo Levi, Leyendo a Euclides.

¿Había escuchado hablar de Beppo Levi antes?

Sí, lo conocía muy bien por ser uno de los grandes matemáticos que tuvo el siglo XX, pero no sabía que hubiera escapado de Italia en 1938 y recalado en Rosario, donde enseñó hasta sus últimos días. Escribió Leyendo a Euclides en 1947, y Manuel me prestó un ejemplar de aquella edición. Ese libro funcionó para mí como un eslabón perdido recuperado, un puente entre la geometría y los problemas filosóficos de la gloriosa época griega. Mi hermano Octavio estaba estudiando Filosofía (se graduó unos pocos años más tarde) y se entusiasmó con el libro. Decidimos crear juntos la editorial y editar Leyendo a Euclides. Nuestra edición, autorizada por los herederos del autor, vio la luz el 7 de septiembre de 2000. Así empezó todo.

¿Qué libros le enorgullece especialmente haber editado y por qué?

La colección de Asterix, el galo, sin dudas. Fue un esfuerzo titánico en varios sentidos: estuve negociando los derechos de autor durante más de 8 años. Y retraduje todos los álbumes, ya que la traducción anterior no era fiel al original y dejaba en el camino innumerables y geniales juegos lingüísticos de René Goscinny. Estoy muy orgulloso del resultado y, a la vez, sé que es lo más destacado de mi trabajo que dejaré a las generaciones que vienen. Aprendí a leer con Asterix y disfruto al imaginar a todos esos niños y niñas a los que les ocurrirá lo mismo cuando lean mi traducción.

¿Qué significa haber recibido la Orden de las Artes y de las Letras de Francia?

Me conmovió recibirla. Siento mucha gratitud hacia Francia y la gratitud correspondida es aún mejor. Empecé primer grado en el liceo francés de La Paz, en Bolivia. Recuerdo estar en el patio sin conocer a nadie, con todos los demás alumnos y a 3500 metros de altura, rodeados de montañas aún más altas. De repente, todos empezaron a cantar una canción en francés: era La Marsellesa. Yo no hablaba una palabra de francés. Para pasar desapercibido, empecé a mover los labios y poner cara de compenetrado. Casi 40 años más tarde, mi relación los himnos es bastante parecida, pero mi francés mejoró (risas). Al recibir la noticia del nombramiento me vino a la mente esa imagen del altiplano y todo el camino recorrido.

Este año editó dos libros relacionados con el Holocausto: ¿Siente una responsabilidad moral como editor?

En efecto, considero que ambos libros son centrales en mi carrera de editor. Agregaría a esa lista Historia de los abuelos que no tuve, de Ivan Jablonka. Todo lo que se pueda decir siempre  será insuficiente para evocar e intentar comprender la catástrofe y la locura de la Segunda Guerra Mundial y el genocidio causado al pueblo judío pero, a la vez, como dice Jablonka, “devolverles la voz a los desaparecidos es reparar el mundo”. El libro de Jablonka es, a mi criterio, una obra maestra de la historia y de la literatura. Sus abuelos paternos fueron deportados y asesinados en Auschwitz, pero antes lograron salvar a sus dos hijos (el padre y la tía del autor), que dormían en el departamento de unos vecinos católicos. Jablonka, formado en la Escuela Normal Superior de París, emprende un trabajo ciclópeo como historiador y reconstruye, en cinco años de trabajo en seis países, la vida de sus abuelos. Es un libro de historia fascinante y de gran calidad literaria. En el caso del libro de Hélène Gutkowski, tras publicar su fabuloso libro pude constatar que el tema de los niños escondidos es muy poco conocido en nuestro país.

En el caso de los Klarsfeld, usted incluso trajo a Beate y a su hijo Arno a Buenos Aires para presentar el libro en la Alianza Francesa...

Las Memorias de Beate y Serge Klarsfeld son un libro indispensable de más de 700 páginas que se cruza con mi historia personal. Cuando yo era chico y vivíamos en La Paz, mis padres me pasaban a buscar todos los jueves por la escuela para ir al Café Montmartre. Uno de esos días nos sentamos en la mesa de siempre, pero cuando se acercó el mozo mi papá no reaccionaba, miraba hacia abajo con una palidez que no le conocía. Se paró, salimos del café y volvimos a casa en silencio. En 1972 llegaba Beate Klarsfeld a La Paz con pistas precisas para desenmascarar a Klaus Barbie. Apodado “el carnicero de Lyon”, Barbie fue jefe de la Gestapo en aquella ciudad francesa desde 1942. En el cargo, fue responsable del envío de más de 7500 personas a campos de concentración, de 4432 asesinatos y del arresto y la tortura de 14.311 personas. En la posguerra, logró escapar y vivir en Alemania bajo una identidad falsa para luego huir a Bolivia en 1955: allí organizó violentos grupos paramilitares al servicio de distintas dictaduras de la región. La persistencia de Beate y Serge fue premiada con la expulsión de Barbie en 1983 a Francia, donde fue juzgado y condenado a cadena perpetua.

La palidez de su padre se debía entonces a que había reconocido a Barbie...

Todavía hoy intento ponerme en el lugar de mi papá aquella vez que lo vio en el Café Montmartre. Seguramente desfilaron por su cabeza en un instante todos sus abuelos, tíos y primos que murieron asesinados en Treblinka, o la dictadura bestial de la que habíamos escapado para rearmarnos en Bolivia, socia del régimen dictatorial boliviano que le brindó impunidad a Barbie una vez que su identidad fue develada por Serge y Beate en 1971. Pero también sabemos que a partir de 1983 y hasta su muerte en la cárcel, en 1991, Klaus Barbie no pudo seguir encontrándose con sus amigos en el Café Montmartre. Ni nada.

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