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Panorama: La verdadera prioridad

Para el presidente Macri, 2018 debe ser el año del regreso de la Argentina al mundo. Más allá del eslogan de campaña, se trata de generar confianza, aprovechar oportunidades y ahuyentar amenazas.

Con un frente interno apaciguado, y sin tormentas previsibles en el horizonte, el Gobierno pudo mantener en el primer trimestre 2018 el rumbo de las políticas de cambio, normalización y reforma que viene implementando desde la llegada al poder del presidente Mauricio Macri. La profunda crisis del peronismo, reflejo de sus derrotas electorales de noviembre de 2015 (presidenciales) y octubre de 2017 (legislativas), la paciencia de sus votantes de clase media urbana, pese a ser castigados por los aumentos de tarifas y la persistente inflación, y la exitosa contención de las demandas de los sectores populares gracias a políticas sociales activas y reactivas explican esta situación favorable al oficialismo. Se agrega la realidad de una reactivación económica cada vez más firme (el crecimiento del PBI fue de 2,7% el año pasado) que permitió una mejora del nivel de empleo, una baja de los índices de pobreza y hasta algún repunte del consumo. Si bien preocupan el alza de los precios y el creciente endeudamiento, la situación parece estar bajo control. La Argentina tiende a volver a ser un país “normal” y predecible, y el Gobierno se consolida. Aunque quizás deba estar más atento a lo que podría generar el explosivo cóctel inflación/tarifazos.

En este contexto, Mauricio Macri pudo darle prioridad -aunque su actividad cotidiana, necesariamente abocada a demostrar que está cerca de la gente, no permita verlo con claridad- a la agenda internacional del país. El presidente está convencido de que 2018 debe ser el año del regreso de la Argentina al mundo. Más allá del eslogan que pretende marcar un cambio radical respecto de los mandatos de sus antecesores inmediatos, se trata de generar vínculos de confianza, aprovechar oportunidades y ahuyentar amenazas. Restablecer la confianza es esencial: por motivos a veces explicables y otras no, la Argentina acumuló un sinnúmero de incumplimientos en el pasado (y no solo reciente) con la comunidad internacional, sus socios cercanos y lejanos (e incluso sus propios ciudadanos), con los que se ganó una poco envidiable imagen de país no confiable que aún persiste. Pese al casi unánime reconocimiento de los avances realizados por parte de instituciones multilaterales, gobiernos extranjeros y empresas multinacionales, aún quedan pasos por hacer y objetivos por lograr. Algunos están cerca, como la adhesión a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), que recibió el apoyo de los 35 miembros de la institución: se espera que la invitación oficial de este organismo sea cursada en mayo. Si ello no ocurriera, será por cuestiones políticas relacionadas con la existencia de candidaturas de otros países, que no siempre cumplen con los requisitos mínimos de adhesión, a diferencia de la Argentina. En todo caso, la aceptación de la solicitud de ingreso marcará que el país ya cumple con normas de buena gobernanza que son propias de las naciones desarrolladas que integran la organización.

Si la adhesión a la OCDE puede ser un paso decisivo, vencer las últimas resistencias que existen en los centros internacionales de poder exige también terminar con viejos diferendos, como los registrados en el CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones), algo que la Argentina ha hecho en los últimos meses. Hoy solo quedan pendientes dos casos, uno con Francia y otro con España, cuya resolución se buscará de forma directa entre los gobiernos. También exige reiterar en cuanto encuentro sea posible que el país cambió, que se ha vuelto predecible, como lo ha hecho el presidente Macri en múltiples ocasiones en este primer trimestre de 2018, especialmente a fines de enero cuando viajó a Davos para la reunión anual del Foro Económico Mundial, y a París para encontrarse con su par francés, Emmanuel Macron, así como a principios de abril, cuando recibió en Buenos Aires al jefe de gobierno español Mariano Rajoy.

Aquí cabe destacar la importancia del viaje a París, insuficientemente valorada por la mayoría de los medios argentinos. Éstos pusieron el acento sobre una aparente disonancia entre las declaraciones de Macri y de Macron sobre el acuerdo en curso de negociación Unión Europea-Mercosur; algunos hasta concluyeron que el objetivo de la visita –supuestamente desbloquear la negociación, también supuestamente frenada por Francia- no se había cumplido.En realidad, más allá de que el estado de situación no es el mencionado, ése tampoco era el objetivo de la visita. Se trataba de atestiguar la excelencia de la relación bilateral, “quizás la mejor de la Argentina con un país europeo en este momento”, según afirmó en una reunión con miembros de CCI France-Argentine el flamante mbajador en París, Mario Verón Guerra. Una relación relanzada desde hace dos años, encauzada en una ambiciosa “hoja de ruta” definida por los presidentes Mauricio Macri y el antecesor de Macron, François Hollande, quien fuera el primer jefe de Estado no regional en venir a Buenos Aires tras el cambio de gobierno, en febrero de 2016. Una hoja de ruta que se cumple y se consolida, y en la que brilla la cooperación educativa y científica, área en la que Francia es el principal socio de la Argentina en el mundo.

También se trataba, siempre en el marco de la mencionada hoja de ruta, de relanzar y potenciar las inversiones francesas en la Argentina. En un encuentro organizado por el Medef Internacional, Macri tuvo la ocasión de dialogar con representantes de unas 80 empresas de primer nivel, muchas de ellas sin presencia en el país hasta ahora, que manifestaron su interés por invertir. Interés que tendrá una primera traducción concreta con la llegada en septiembre de una misión empresarial conducida por Medef Internacional, que participará del tradicional Forum de Negocios organizado por CCI France-Argentine con el apoyo de la Cancillería. Ello independientemente de las misiones individuales que se multiplican, a menudo seguidas de anuncios de inversiones. Si bien hay oportunidades para las empresas francesas en casi todos los sectores de actividad, de acuerdo con los estudios realizados por ambas partes, los rubros de energía, transporte, infraestructura y alimentación son los que parecen tener mayor potencial.

Agreguemos que el viaje del presidente Macri a Francia también  estaba destinado a resolver problemas existentes en la relación bilateral; no más de dos en realidad. Uno de ellos, heredado de un pasado lejano, es un viejo diferendo que no se pudo resolver en el CIADI y cuya principal dificultad es que con el paso del tiempo las estructuras societarias involucradas han cambiado o desaparecido. Se decidió que los dos gobiernos buscarían la solución más conveniente de forma directa. El otro, relativo a la compra de cuatro buques para la Armada, había surgido hace poco cuando, con la negociación cerrada con una empresa francesa, el gobierno argentino decidió dar marcha atrás y volver a abrir el juego a otros competidores. Allí también hubo una común voluntad de acuerdo: la Argentina volvió a dar la prioridad a la oferta francesa contra una promesa de una revisión a la baja del monto del contrato, lo que fue formalizado por las partes semanas después de la visita presidencial. Por último, pero no menos importante ara ambas cancillerías y los consejeros de los dos presidentes, el éxito debía medirse por la calidad de este primer encuentro entre Mauricio Macri y Emmanuel Macron, dos hombres que han cambiado la política de sus respectivos países y que intentan impulsar reformas, en muchos aspectos similares, que suponen vencer fuertes resistencias. De acuerdo con quienes estuvieron cerca de los dirigentes en esta ocasión, el contacto fue bueno (también lo fue, y no es poca cosa, el de las primeras Damas) y hasta muy bueno. De allí que, con humor, el embajador Verón Guerra pudiera decir que en París “nació el macrionismo”. De buen augurio para la hoja de ruta.

Hablábamos de aprovechar oportunidades. A la Argentina se le presenta una, excepcional, este año: la presidencia del G-20, lanzada formalmente en diciembre de 2017 pero que tuvo su primera exposición pública de peso en marzo de 2018, con la reunión de ministros de Finanzas y presidentes de Bancos Centrales del Grupo. El encuentro se abrió bajo muy malos augurios debido a la decisión estadounidense de imponer aranceles a las importaciones de acero y aluminio, anunciadas pocos días antes. Se temió que el asunto, que preocupaba a todas las delegaciones, las alejara de la agenda formal de la reunión. Pero si bien la cuestión de los aranceles dominó la mayoría de las bilaterales, el G-20 Finanzas trató su agenda y llegó a buen puerto. Esto sucedió gracias a un buen manejo de la situación por parte de las autoridades argentinas, lo que suponía también un buen trabajo de preparación previo. Y esto es lo que habrá que seguir haciendo en los meses venideros, en los que habrá otras grandes reuniones del G-20 en el país, como parte de un proceso que culminará con la Cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en Buenos Aires (30 de noviembre-1 de diciembre). Es decir, trabajar con seriedad, sin la pretensión de ejercer un liderazgo sobre las potencias que son los principales socios del Grupo, pero asumiendo con eficacia un rol de coordinación, facilitando consensos y, eventualmente, aportando una visión que pueda ser tomada en consideración por los otros países. Si la Argentina lo logra, además de la visibilidad que le da la presidencia del G-20, habrá ganado mucho en términos de confianza y confiabilidad.

Es también una oportunidad el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur. Y si el gobierno argentino parece a veces ansioso de que se firme dicho tratado es porque el presidente Macri lo ve como una posibilidad única de generar un vínculo fuerte entre la economía nacional y las de los países europeos. Siempre con el fin de atraer más inversiones a un mercado que, si bien es interesante, es de dimensiones modestas comparado con el de otros países emergentes y está lejos de los grandes centros económicos internacionales. Dicho esto, hay razones objetivas que explican que el acuerdo no haya avanzado tan rápido como lo desearía -al menos, oficialmente- la Argentina. En lo que respecta a las inversiones y al comercio, está finalizado en más de un 90%. Pero lo que queda por acordar es lo más difícil, con intereses defensivos y ofensivos importantes en juego para ambas regiones. No es solo que Francia y otras naciones europeas quieran proteger a su agricultura; Brasil desea proteger a su industria y no abrir su mercado, el mayor de la región, sin las contrapartidas que estime suficientes. Además, lo que se negocia no es un simple tratado de libre comercio, sino un acuerdo global, también político y de cooperación. Y que, una vez firmado, deberá ser aprobado por los Parlamentos de los bloques. Es por eso que tiene que ser “equilibrado”, como lo dice Emmanuel Macron, pero no solo él. De lo contrario, podría no resistir su tratamiento parlamentario.

La esperada invitación de la OCDE, una exitosa presidencia del G-20 y una pronta firma del acuerdo Unión Europea-Mercosur son, en la visión del presidente Macri, posibles anclas para la Argentina en caso de que se precisen algunas de las amenazas que mencionábamos al comenzar a escribir estas líneas: una guerra comercial planetaria como consecuencia del auge del proteccionismo, cambios en los mercados que alejen a los capitales de los países emergentes, una creciente confusión política en Brasil. Puede haber más.

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